Conmovedora historia de hombre que abandona a su mujer

En los tiempos que corren los divorcios ya no son algo raro. Sin embargo, el divorcio de este hombre es de todo menos normal. Lo que comenzó como una extraña petición terminó en sorpresa. Si lees esta historia hasta el final, aprenderás algo sobre el amor. Pero te avisamos: no te olvides los pañuelos de papel. 

Youtube/David Batrouney

Un día llegué a casa, le traje la cena a mi mujer y, mientras le agarraba la mano, le dije: "Quiero el divorcio". Ella no pareció nada disgustada, pero con calma me preguntó por qué. Mis evasivas la enojaron. Entonces tiró su plato al suelo mientras chillaba: "¡No eres un hombre de verdad!" Esa noche no hablamos nada. Ella lloró. Yo sabía que ella buscaba un motivo por el que nuestro matrimonio había fracasado, pero yo no podía dárselo: ahora estaba con Jane. Ya no estaba enamorado de ella. Solo sentía lástima por ella. 

Sintiéndome culpable, le di los papeles del divorcio, en los que le dejaba la casa, coche y un 30% de mi empresa. Enfadada, rompió los papeles. La mujer con la que había pasado 10 años de mi vida era una extraña para mí. Me daba pena que hubiera invertido su tiempo, fuerzas y recursos en nuestro matrimonio, pero yo no podía cambiar lo que había dicho ni lo que sentía.  Finalmente rompió a llorar; la reacción que esperaba desde el principio. El divorcio era algo real. 

Cuando llegué a casa esa noche, ella estaba escribiendo algo sentada a la mesa. Yo no comí nada, me fui a la cama y me dormí inmediatamente.

A la mañana siguiente me explicó sus condiciones para el divorcio: no me pedía nada, únicamente que pasara el siguiente mes viviendo con ella, como si todo fuera normal. Sus razones: nuestro hijo tenía exámenes al mes siguiente y no quería cargarle con nuestro divorcio antes de que estos llegaran. 

Entonces también me pidió que recordara el día de nuestra boda, cuando la llevé en brazos y juntos cruzamos el umbral de nuestro hogar y, luego, de nuestro dormitorio. Ahora quería que durante un mes, cada día, la sacara en brazos de nuestra habitación. Me pareció que estaba loca pero para hacer que nuestros últimos días juntos fueran más agradables, accedí. 

El primer día, los dos estábamos un poco torpes mientras la sacaba del cuarto. Nuestro hijo, tocando palmas, nos cantaba: "¡Papá lleva a mamá en brazos!" Sus palabras me provocaron una oleada de dolor. Entonces la saqué del dormitorio, cruzando el salón, hasta la puerta principal. Cerrando los ojos, en voz baja, me susurró: "No le digas nada a nuestro hijo del divorcio". Asentí y la coloqué de pie frente a la puerta.

En el segundo día ya habíamos mejorado. Ella se acurrucó en mi pecho y pude oler el aroma de su camisa. Me di cuenta que hacía tiempo que no miraba a mi esposa de forma consciente. Su rostro estaba surcado de finas arrugas y al cabello le habían salido unas canas. Nuestro matrimonio le había dejado marcas. Por un segundo me pregunté qué le había hecho.

Cuando la sostuve en mis brazos en el tercer día, sentí que volvía un instante de intimidad entre nosotros: esta era la mujer que me había regalado 10 años de su vida. En el cuarto y quinto día esa intimidad se volvió más fuerte. Al pasar los días, cada vez fue más fácil llevarla en brazos, y me di cuenta de que estaba adelgazando.  

Una mañana me di cuenta del dolor y amargura que debía sentir hacia mí. Sin pensarlo, le acaricié el cabello. En ese instante nuestro hijo entró exclamando: "Papá, ¡es hora de sacar a mamá!" Para él se había convertido en un ritual. Mi esposa lo abrazó contra su pecho. Me di la vuelta porque temía que esto cambiara las cosas. Entonces la tomé en brazos e instintivamente pasó sus manos por detrás de mi cuello. Yo la agarré fuerte, tal y como hice el día de nuestra boda.

El último día, mientras la sostenía en mis brazos, no pude soportarlo. Supe qué debía hacer. Fui al apartamento de Jane y le dije: "Lo siento, Jane pero no quiero dejar a mi esposa".

De pronto lo tenía claro: el día de nuestra boda crucé el umbral de nuestra casa con mi esposa en brazos tras haberle prometido estar con ella "hasta que la muerte nos separara". De camino a casa, le compré flores a mi esposa y cuando la florista me preguntó qué quería poner en la tarjeta, sonriendo le respondí: "te llevaré en brazos todas las mañanas hasta que la muerte nos separe".  

Con las flores en la mano y una enorme sonrisa en el rostro, volví a casa. Pero mi esposa había fallecido mientras dormía. Más tarde supe que en los últimos meses le habían diagnosticado cáncer, pero yo estaba tan ocupado con Jane que no me había percatado. Mi esposa debía saber que moriría pronto y no quería que nuestro divorcio fuera un escollo en la relación mía y de mi hijo. A los ojos de mi hijo, yo era el marido más romántico que podía imaginar. Y entonces crucé con ella el umbral del cuarto por una última vez...

Imgur/skeesapeekles

A veces solo nos damos cuenta de lo que tenemos cuando es demasiado tarde. Quizás esta historia sirva a alguien para recordar ese momento en el que se enamoró de una persona antes de romper con ella. Este es un mensaje que merece ser compartido con tus amigos. 

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