Un canadiense crea un plan para salvar a 50 familias de refugiados

El mundo está en crisis. Miles de personas mueren a diario en guerras, se matan unos a otros y se llevan a familias enteras por delante.

Muerte tras muerte, las vidas humanas se reducen a números recitados fríamente en los telediarios del mediodía. Mientras tanto, al otro lado del mundo, escuchamos esos números mientras disfrutamos del almuerzo con nuestras familias, o estamos sentados cómodamente en el sofá. Las cifras se olvidan a los pocos segundos, quizá después de algún suspiro y un movimiento de cabeza. Las palabras resbalan por nuestra piel y se pierden para siempre.

Pero para Jim Estill esas palabras se convirtieron en punzadas en su corazón. Algo le dolía por dentro, no le dejaba dormir: la gente estaba muriendo, estaba siendo asesinada, en el mismo planeta donde él vivía. Y entonces, decidió tomar cartas en el asunto, hacer lo que nadie hacía: actuar.

 

Este hombre, canadiense de mediana edad, con bigote recortado y de mirada serena, es el jefe de Danby, una exitosa empresa de electrodomésticos. Pero no alardea de ello. Al contrario, siempre se muestra humilde y amigable.

Tras ver en las noticias el genocidio que se está produciendo en Siria y las terribles condiciones de los refugiados que luchan por salir de su país en busca de una oportunidad, un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Esos refugiados, padres, madres, niños, necesitan desesperadamente ayuda. Y él se la iba a ofrecer.

 

Se informó sobre cuánto podría costar mantener a una familia de cinco personas durante un año, e hizo cuentas. Estimó una cifra total y la multiplicó por 50. El resultado fue de unos 1.5 millones de dólares. Y entonces se dio cuenta de que esa cantidad era algo que él se podía permitir y, sobre todo, algo en lo que valía la pena invertir. Se puso inmediatamente manos a la obra, y diseñó un plan de ayuda a los refugiados, para llevarlos a Canadá y ofrecerles todo lo que pudieran necesitar: un hogar, un trabajo, y una oportunidad de rehacer sus vidas.

Para realizar una acción humanitaria de tal calibre se necesitan recursos, ideas, iniciativa, pero más importante aún, personas. Así que Estill se reunió con los dirigentes de varias organizaciones religiosas y ONG para exponerles su idea. Ellos salieron de la sala claramente emocionados, y le ofrecieron todo su apoyo y colaboración.

El planteamiento de Estill era novedoso: llevar a cabo la idea no como una acción humanitaria, sino como un negocio. "Si puedes dirigir una empresa con 800 empleados, entonces puedes dirigir una organización con 800 voluntarios", cuenta. Así pues, utilizaría todos sus conocimientos de empresa para ayudar a los que más lo necesitan. Organizó a los voluntarios en 8 equipos, y en cuestión de meses consiguieron todos los enseres necesarios para cubrir las necesidades de las familias, así como viviendas y algo de dinero.

En noviembre de 2015, un periódico publicó un artículo sobre esta iniciativa, que fue traducida al árabe y se puso en circulación por medios de comunicación y redes sociales, para que la noticia llegara a oídos de todos. Es entonces cuando Estill comenzó a recibir e-mails de familias interesadas. Al principio llegaban a cuentagotas, pero pronto su bandeja de entrada se llenó de infinidad de correos pidiéndole ayuda. Ante tal avalancha, Estill tuvo que escoger a los afortunados, que fueron un total de 58 familias.

Sin embargo, no todo ha sido un camino de rosas. Las familias escogidas comenzaron a llegar a Canadá, pero bajo tremendas dificultades. Los procedimientos burocráticos, que pueden llegar a tomar hasta 43 meses de gestión, fueron mucho más lentos de lo esperado, lo que complica mucho la situación. Las donaciones se amontonan en almacenes a la espera de sus nuevos dueños, pero parece que no llegan. 

En diciembre de 2016, tras largas esperas, 47 familias han conseguido pisar suelo canadiense.

Aun así, Estill es optimista. Sabe que su plan saldrá bien, tiene la certeza. Y está seguro de que esas familias llegarán, tarde o temprano, y comenzarán una nueva vida. A los que ya han llegado, hace todo lo posible por ayudarles: les consigue un trabajo, si hace falta en su propia empresa, y les ofrece clases de inglés para que puedan integrarse mejor.

Cuando le preguntan por la razón que le empujó a hacer todo esto, él solo contesta: "Supongo que me educaron bien. Esto es lo que le digo a mi madre". 

Puede que Estill haya aportado un pequeño grano de arena, pero para las más de 50 familias que han recibido ayuda de este señor de humilde apariencia, será algo que nunca podrán olvidar.

Aquí puedes ver un vídeo en inglés donde Estill enseña uno de los almacenes donde tiene guardadas las donaciones:

Puede que nosotros no seamos millonarios y no podamos comenzar un proyecto como el de Estill, pero sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor. Hay muchas personas que necesitan nuestra ayuda, quizá un amigo, o tu vecino, o ese sintecho que ves todos los días en la calle. Mira bien, a veces estamos tan ciegos que no lo podemos ver. Y cuando los veas, actúa. Con pequeños gestos, podemos hacer felices a los demás, y así, cambiar poco a poco el cruel mundo en el que nos ha tocado vivir. 

Créditos:

BBC

TorontoLife

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