Un madre escribe sobre los grandes cambios después de tener un hijo

La neoyorquina Jenny Studenroth Gerson es bloguera, escritora y madre. Ella y su marido tienen una hija que se llama Willow Primrose. En su blog "Born to be a Bride" (Nacida para ser una recién casada), Jenny escribió acerca de todas esas cosas para las que nadie la había preparado cuando se convirtió en madre:

"Cuando estaba embarazada, todos estaban ahí para "advertirme" sobre lo que venía después. Anduve por ahí muchos de los diez meses (vamos a dejarlo claro, el embarazo dura diez meses, no nueve) absolutamente aterrorizada. Las advertencias me llegaban desde todos los frentes: en la cola de la caja de Target, en la calle, mientras entraba y salía del estudio de yoga. Advertencias, advertencias por todos lados acerca de lo que me esperaba, desde los insoportables y agotadores dolores del parto hasta el caparazón que me iba a quedar de mi figura de embarazada una vez que ella naciera. Había veces que me sentía como una prisionera en el corredor de la muerte, tratando de disfrutar una pizca de felicidad a pesar de mi tamaño y las molestias, ya que, cuando uno preguntaba por ahí, parecía que ¡mis pequeños placeres se terminarían muy pronto!

Flickr/Heather Somba

'Disfruta de tu marido ahora, vas a estar agotada por el bebé y no habrá tiempo para estar juntos después de dar a luz!' 'Invierte en un lindo bañador de una pieza para el próximo verano, porque tu cuerpo nunca volverá a ser el mismo'. O PEOR, lo que me dijo una de mis doctoras cuando le expresé mi preocupación por seguir sexy para mi marido: 'Vas a perder peso esta vez, pero con el segundo embarazo, olvídalo. Entonces vas a estar tan cansada que no te va a importar'. ¡¡¡Qué horror!!!

Y todos ustedes conocen mi advertencia favorita: '¡Duerme ahora que todavía puedes!' (y declaraciones por el estilo, '¡disfruta del silencio ahora!, 'hazte la pedicura, no podrás hacértela en mucho tiempo ', y la clásica, 'no vas a tener tiempo de ducharte'). Pero con todas estas temibles advertencias que me hicieron sentir que el fin del mundo estaba cerca se olvidaron de decirme lo que realmente iba a suceder.

Debieron advertirme que después de todas esas horas de labor de parto (la mitad de ellas con la epidural, lo que hizo las cosas totalmente tolerables), la primera vez que vi su cara, el corazón se me salió del pecho y se me hizo pedazos. Debieron advertirme que llorar de felicidad es una cosa, y  que, de hecho, es algo que no puedes controlar cuando eres mamá y sostienes la belleza del mundo en tus brazos. Así que es mejor tener los clínex a la mano todo el tiempo y abastecerse de delineador resistente al agua.

Debieron advertirme que me enamoraría aun más de mi mi marido después de convertirse en el padre de tanta perfección, que no recordaría cómo era el amor que sentía por él antes. Que enfrentaríamos retos, peleas, más bien discusiones, seguro. Pero que también inventaríamos maneras tontas de pasar tiempo juntos como, por ejemplo, conducir por toda la ciudad con su dormilona en el asiento de atrás. Que se nos ocurrirían nombres ridículos para ella y nos partiríamos de la risa. Que él por fin se aseguraría de que siempre hubiera vino en casa para mí y que eso sería la cosa más romántica del mundo. Que alcanzaría a escucharlo decir mientras le cambiaba los pañales a la niña: 'Yo soy papá. Pa-pá. Vas a decir papá primero’. Y que mi corazón, haciendo erupción, se saldría otra vez de mi pecho. 

Debieron advertirme que, a pesar del agotamiento, levantarme para atender cariñosamente sus necesidades me daría la recompensa más grande que jamás he recibido. Que cuando solo estamos las dos despiertas a las 4 de la mañana, apreciaría el suave silencio de todo el mundo, con mi gato en los pies, amamantando a mi bebé, llorando porque esos días son efímeros. Debieron advertirme que ver que su primera ropa ya no le queda más porque ha crecido me rompería el corazón. Que algunos días me pasaría horas viéndola sin importar que tuviera asuntos pendientes. Que sus pequeños llantos y gritos no me molestarían, sino que me pondrían en acción, y que cuando lograra calmarla y reconfortarla me sentiría como una estrella de rock. Que dormiría. Quizás no todas las noches y tal vez no muchas horas seguidas. Pero que mi mayor preocupación sobre el sueño sería que cada vez que ella se quedara dormida en mi pecho tendría miedo de que fuera la última vez. Que saborear sus primeros días se convertiría en el mejor trabajo que jamás he tenido.

Debieron advertirme que en realidad podría hacerme la pedicura, pero que, sentada en la silla del pedicurista, le escribiría a su padre compulsivamente porque los echaba mucho de menos. Que tomaría un número atrasado de Elle y vería una lágrima cayendo en el índice de contenidos. ¡Demasiado relajantes, estas pedicuras posparto!

Debieron advertirme que convertirse en mamá no cambiaría absolutamente nada, excepto porque jamás querría regresar a mi vida de antes y visitar a mi "antiguo" yo, ni siquiera por un segundo. Debieron advertirme que mi vida estaba a punto de convertirse en algo tan valioso, bello y gratificante que al mirar hacia atrás y ver lo que era antes llegaría a pensar: "Pobre de mí. Aún no la conocía".

Solo una madre pudo escribir estas palabras tan hermosas.

Créditos:

huffingtonpost.com

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