Han pasado 176 años, y la cabeza de este asesino aún se conserva

Diogo Alves fue sentenciado a muerte en 1841. Pero causó tanta conmoción, incluso después de su muerte, que alguien decidió conservar su cabeza como un souvenir. Esta parte del cuerpo del asesino en serie yace flotando en un líquido amarillento. En 1837, mató él solo a más de 70 personas en Lisboa. 

Nacido en España en 1810, Diogo Alves se estableció en la capital de Portugal durante su juventud. Incapaz de financiar su estilo de vida con un trabajo honesto, empezó a cometer robos a los 26 años. Entre sus fechorías se cuentan las perpetradas en el Acueducto de Aguas Libres. Esta construcción de 213 metros de alto, erigida en el agua, era transitada principalmente por los humildes campesinos que llevaban sus cosechas a Lisboa para venderlas en el mercado. Alves esperaba hasta que caía la noche, cuando los campesinos regresaban a casa, para robarles sus ganancias y lanzarlos al vacío con la intención de que sus muertes parecieran suicidios. 

Asesinó a 70 personas de esta forma en un año. Las muertes de tantas personas de clase baja fueron consideradas como una ola de suicidios, y la policía local no les dio ninguna importancia. Pero finalmente, el asesino cambió de víctimas y empezó a asaltar casas privadas junto con una banda de ladrones. Irrumpieron en la casa de un médico y mataron a la familia entera. Fue así como la policía descubrió que él había estado detrás de los otros crímenes. Diogo Alves fue sentenciado a morir en la horca en 1841.

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En esa época, desde mediados hasta finales del siglo XIX, la ciencia de la frenología fue muy popular. La teoría que la sustenta es que las diferentes características mentales están relacionadas con áreas específicas del cerebro y que existe una conexión entre la configuración del cerebro y la del cráneo. De esta forma, la estructura del cerebro podría arrojar información sobre el carácter de la persona. Los seguidores de la frenología creían que era posible medir las tendencias criminales de una persona simplemente examinando su cráneo. Tenían esperanzas de ampliar sus conocimientos examinando el cerebro del asesino Diego Alves, así que conservaron su cabeza en un frasco de formol.

Y allí sigue hasta el día de hoy, en una estantería en la facultad de medicina de Lisboa. Así que 176 años después, uno puede visitar la cabeza decapitada de un asesino y ver cómo te mira, como si no estuviera muerto. Con su pseudociencia, los frenólogos no lograron no lograron descubrir nada nuevo con este hombre de 31 años. Sin embargo, después de su arresto, le preguntaron a Diogo Alves si había sentido remordimientos por sus crímenes. Él respondió: "Solo una vez, por un bebé que maté para que no hiciera ruido. Antes de asesinarlo, me sonrió. Entonces me sentí culpable".

Considerando el número de personas que asesinó Diogo Alves, resulta difícil creer que alguna vez experimentara cierta culpa o remordimiento, pero tal vez, le quedaba una pizca de conciencia a pesar de todo. ¿Cómo pueden algunas personas cometer actos tan aterradores? Esta pregunta sigue sin encontrar respuesta, y una cosa es cierta: la solución al enigma no se encuentra en el frasco de una estantería en una facultad de medicina. 

Créditos:

Atlas Obscura

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