Pareja de discapacitados pelea por la custodia de su hijo

Anna Bachur, de Bielorrusia, ha tenido que luchar toda su vida por cosas que las demás personas tienen de forma natural. La batalla empezó al nacer. Cuando sus padres la vieron por primera vez, decidieron darla en adopción: los brazos y las piernas de Anna no se habían desarrollado correctamente, y sus manos carecían de dedos y muñecas. 

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Nadie quiso adoptar a la pequeña, quien permaneció toda su niñez en un orfanato. Aunque sabía que había muy pocas posibilidades, soñaba con que sus padres regresaran algún día por ella. Incluso, cuando creció un poco más, se escapó una vez del orfanato para conocer a sus padres, pero el resultado fue aun más doloroso: la pareja no quería saber nada de ella. 

En ese momento, Anna decidió que su felicidad no dependería de nadie más. Estaba dispuesta a construir su vida por sí misma. Trabajó muy duro para ser independiente, se propuso superar varios retos para probarse a sí misma, una y otra vez, que podía mantenerse con sus propios recursos. Aprendió a usar un ordenador, empezó a pintar en su tiempo libre y organizó su vida de acuerdo a sus propias ideas. 

Los años pasaron y logró uno de sus retos más difíciles: sostenerse con sus propios pies. Y después pasó algo totalmente inesperado que revolucionó su existencia: conoció al hombre que se convirtió en su compañero de vida, Anatoli.

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Ambos tenían algo esencial en común: los dos sabían por propia experiencia qué significaba ser "diferente". Anatoli se había enfrentado a sus propias adversidades a causa de los efectos a largo plazo de una polio que tuvo cuando era niño.

Se casaron en 2008 y vivieron felices durante varios años hasta que apareció otro inesperado acontecimiento en sus vidas: Anna estaba embarazada.

Su médico, sin embargo, les arruinó temporalmente su felicidad al recomendarles con bastante firmeza un aborto debido a las discapacidades de ella y su marido. 

Le dieron muchas vueltas a la recomendación, pero como sabían que las enfermedades de ambos no eran hereditarias, decidieron rebelarse contra los consejos médicos. Sus posibilidades de tener un niño sano eran las mismas que las de cualquier otra pareja. Y ellos deseaban ser padres. 

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Durante todo el embarazo, los médicos trataron de convencerlos una y otra vez de que ella abortara, pero Anna y Anatoli no aceptaron. Estaban muy emocionados. Y resultó que tenían razón: en el verano de 2015, Anna dio a luz a un pequeño muy saludable, a quien llamaron Kostia. Los nuevos padres se sentían en la gloria. 

Pero una vez más, su felicidad se vio ensombrecida mientras se preparaban para regresar a casa con Kostia. El personal médico del hospital insistió en que no eran aptos para cuidar de su hijo. 

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Anna siempre había sido increíblemente fuerte, pero esta vez su mundo se derrumbó en mil pedazos. Tanto los trabajadores sociales como los médicos coincidieron en que las discapacidades físicas de la pareja les impedían criar a un niño. Estaban convencidos de que Kostia podría sufrir algún daño o incluso morir en manos de sus padres biológicos. 

Le darían el niño a una familia "normal", aseguraron. 

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"Se les puede caer de los brazos o morir ahogado. No pueden alimentarlo correctamente". La lista de razones continuaba. Anna, por su parte, ya había demostrado su habilidad para cuidar niños, porque se había ocupado de muchos otros niños en el orfanato. Estaba absolutamente convencida de que podría encargarse de su hijo. 

Aunque los médicos vieron cómo se las arreglaba para amamantarlo en el hospital, no le permitieron llevárselo a casa.

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Anna y Anatoli estaban dispuestos a luchar por su hijo. No iban a permitir que le causaran el mismo trauma de la separación y el abandono que Anna vivió a causa de la decisión voluntaria de sus padres.

Contactaron con medios locales y con algunos políticos. Al poco tiempo de que se emitiera un reportaje en el noticiero (en ruso) sobre  la familia, todo el país  se enteró de su situación (Anna le cambia los pañales a Kostia enfrente de los reporteros en el 1:35):

Hicieron todo lo  que pudieron para demostrar que serían unos buenos padres. Se sometieron a pruebas físicas y psicológicas. Muchos seguían creyendo que no podrían ocuparse de su hijo, pero, por otro lado, consiguieron un buen número de partidarios. 

Al final, la presión sobre las autoridades fue tan grande que acordaron dar un paso atrás. Por lo menos, permitieron que Anna y Anatoli dejaran el hospital y regresaran a casa con su hijo recién nacido. 

Un año y medio después, las cosas se apaciguaron. Kostia se encuentra de maravilla. Es un pequeño muy inteligente y feliz. Sus padres están cada día más orgullosos de él. Un trabajador social visita a la familia de vez en cuando para revisar que todo esté en orden, pero es evidente que estos dos amorosos padres están cumpliendo con sus responsabilidades. 

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El país sigue fascinado con su historia. A menudo, los invitan a participar en programas de televisión para compartir su experiencia (en ruso y bielorruso, pero es muy lindo verlos a partir del 1:45, incluso si no entiendes estos idiomas):

Anna y Anatoli son la prueba fehaciente de que las minusvalías físicas no influyen en la habilidad de una persona de ser un buen padre, y que no es necesario que los padres tengan una forma y un tamaño"normales" para formar una familia feliz. 

¡Es obvio que tuvieron que pelear por la vida que ahora tienen, así que merecen disfrutarla al máximo!

Créditos:

kp.byYoutube

 

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